Curador: Diego Focaccio. Espacio de Arte Contemporáneo, Temporada 7.
Este es un espacio de intercambio del Colectivo Interrupciones. Sus integrantes comparten la concepción de la práctica artística como proceso incesante, y a partir de esa noción desarrollan sus proyectos a la manera de work in progress. Actualmente el Colectivo está integrado por Valeria Lepra Terzaghi y Alejandra Parodi Taruselli
sábado, 26 de mayo de 2012
Video-instalación Sala 01 EAC
Curador: Diego Focaccio. Espacio de Arte Contemporáneo, Temporada 7.
Muchas gracias a los vecinos entrevistados
Serie de entrevistas realizadas en las aproximaciones de las calles Miguelete y Constitución cuyo video forma parte del proyecto del Colectivo Interrupciones "Montevideo, ¿Instalación Total?".
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domingo, 13 de mayo de 2012
Montevideo ¿Instalación Total? (Fragmento del proyecto presentado al EAC.)
Descripción del proyecto
Esta propuesta consiste en un work
in progress que retoma el concepto de deriva de los situacionistas, y
propone un recorrido psico-geográfico por diversos escenarios urbanos. El uso
de estas herramientas supone el propiciar una apertura a las afectaciones que
se producen desde el paisaje como aproximación diversa al paseo o el recorrido
rutinario; este encuentro con el lugar permite el hallazgo de aquello que en
otras circunstancias está omitido por el objetivo prediseñado o buscado como en
los casos anteriormente mencionados.
Proponemos rescatar una mirada de
la ciudad en movimiento, con sus trazas en cambio perpetuo, en construcción y
deterioro constante, así como la percepción de las mínimas alteraciones de la
vida cotidiana, luz, ruido, olores, desplazamientos.
La repetición como modus operandi
del ritmo de la ciudad, en un entrelazamiento de los sentidos.
Partimos de la historia relatada
por Milton Schinca[1] en su
libro “Boulevard Sarandí”: “Un pajarraco
en plena calle”[2], en la
que cuenta la experiencia del aviador amateur de principios del siglo XX, el
ciudadano Francisco Bonilla.
Allí se indica que sus
requerimientos del uso de la planta urbana lo llevaron a utilizar la
intersección de las calles Miguelete y Constitución como pista de aterrizaje.
Así, la iluminación de la Cárcel
Miguelete se convirtió en punto de referencia para sus vuelos nocturnos, asumiendo
de esta forma, una función tangencialmente comparable a la “torre de control” del
conocido panóptico, si bien con objetivos diferentes.
Pronto Bonilla regresa a Montevideo y aquí, como quien no quiere la
cosa, se fabrica su aeródromo propio en plena calle: Miguelete y Constitución.Desde allí, y en medio del alboroto imaginable del mismo vecindario que
antes se burlaba de él, despegaba todos los domingos en dirección a Carrasco o
al Cerro. Alguna vez, llegó a aterrizar con toda elegancia en la propia quinta
del Presidente don José Batlle y Ordóñez en Piedras Blancas. (...)
La audacia de Bonilla lo lanzó pronto a experimentar
arriesgados vuelos nocturnos. Eligió
como puntos de referencia el faro de
Punta Carretas, el alumbrado de la calle Yaguarón, las luces de la cárcel de
Miguelete; y, cuando regresaba a su base callejera lo guiaban unos tachos de
petróleo ardiendo, que los mismos vecinos le encendían a lo largo de la pista.[3]
Nos planteamos entonces recrear
una mirada de la vida cotidiana como instalación, proponiendo para la sala expositiva
del EAC, la proyección de cuatro recorridos psico-geográficos realizados a pie
y cámara en mano en las inmediaciones de la esquina de Miguelete y Constitución.
A ello se suma la proyección de
una intervención-acción, consistente en una recreación de la pista de
aterrizaje en la misma esquina, así como la proyección de entrevistas a los vecinos
del barrio.
En el piso de la sala se colocará
un ploteo de una vista aérea procedente de Google Earth de la mencionada
esquina escalado en la planta de la sala.
[1] Milton
Schinca, nacido en Montevideo, poeta, dramaturgo, novelista, crítico de teatro
en “Marcha”, periodista, docente, dirigió dos colecciones completas de
fascículos sobre nuestro tiempo y sobre la historia uruguaya, con la
participación de renombrados periodistas, reconocidos internacionalmente por
muchas de sus obras.
[2] Schinca,
Milton, Boulevard Sarandí, Memoria
anecdótica de Montevideo, obra completa, Ediciones de la Banda Oriental , Uruguay, 2003.
[3]
Schinca, Milton, Boulevard Sarandí,
Memoria anecdótica de Montevideo, obra completa, Ediciones de la Banda Oriental , Uruguay, 2003,
pág. 454. El texto completo se adjunta en el anexo.
jueves, 10 de mayo de 2012
Montevideo Instalacion Total/Difusión
Domingo 29 de abril de 2012. Preparativos de la acción llevada a cabo en la intersección de las calles Miguelete y Constitución por el Colectivo Interrupciones. El registro de la misma forma parte de la video-instalación "Montevideo ¿Instalación Total?" del colectivo a inaugurarse el próximo jueves 17 de mayo 19 hs. en el EAC, curador: Diego Focaccio.
Intervinieron en la acción y su registro: Mariana Picart, Marianella Pereyra, Alejandra Guebenlián, Daniela Bayarres, Valeria Lepra, Esteban Prince, Soledad Voulgaris, Alejandra Parodi, laura Olivera Sala, Pamela Melissa, Luis González Barbosa, Bernardo Etchepare, Diego Focaccio, Kío Focaccio, Andrea Curcio, Rosario Scaffo, Rosario Fasano y Adriana Marichal.
Por el año 1913, el aviador amateur Francisco Bonilla construía aeroplanos en su taller ubicado en Miguelete esquina Constitución, y utilizaba esta misma intersección de calles como su propio aeródromo. En sus vuelos nocturnos se guiaba por las luces de la Cárcel de Miguelete y por los tachos con petróleo ardiendo que le encendían los vecinos de la zona a manera de pista de aterrizaje.
Memoria de una esquina
Glosario
de anécdotas y recuerdos de un barrio
A
partir de las encuestas realizadas a vecinos en las inmediaciones de la esquina
formada por las calles Miguelete y Constitución, fuimos recolectando anécdotas
superpuestas en el tiempo que conforman lo que es hoy este espacio en
particular, siendo a su vez límite entre varios barrios, ubicándose en uno u
otro, dependiendo de quién cuenta la historia.
En
el cruce de estas calles encontramos:
En
una esquina el Bar Micon´s, considerado patrimonio cultural y de interés
turístico (se encuentra dentro del circuito de bares históricos de Montevideo),
que frecuentan, según su propietaria, estudiantes de la Escuela de Diseño para
tomar grapa miel con sandwiches calientes.
Frente
a este bar, en una proa, se encontraba el otrora conocido Cine Argos (antes
Constitución), que cerró sus puertas en el año 1938, posteriormente convertido
en pista de patín, y en la que luego su propietario construyó 13 casitas,
que subsisten en la actualidad como propiedad horizontal; y, de acuerdo a datos
proporcionados por un vecino, en la acera sur de Miguelete y Constitución,
donde se encuentra hoy un conocido comercio de parabrisas, se ubicaba el taller de Francisco Bonilla.
También recordaron otras anécdotas,
como la de un tambo en la calle Estrella del Norte, y de las fiestas de fin de
año de los vecinos, de las que todavía quedan marcas en la calle.
Cine
Argos Manzana
triangular sobre calles Miguelete, Errazquín y Defensa, haciendo proa hacia
Constitución.
En
marzo de 1928 se inauguró en el barrio conocido como La Humedad (prolongación
de La Comercial y del Cordón) el Constitución, en algún momento llamado Argos,
que realizó funciones hasta diciembre de 1938, con gran éxito en los primeros
años, siempre con precios populares y matinés los días jueves. Fue el cine más
curioso e incómodo de Montevideo, al estar instalado en parte de una reducida
manzana triangular sobre la calles Miguelete, Defensa y Pedro Errazquín,
haciendo proa hacia Constitución, con doble entrada por Miguelete y Errazquín
en la parte más ancha. El insólito salón, construido por
su propio dueño Ramón Antelo y apodado “cajón de muerto” o “el embudo” en la
vecindad, tenía asientos de madera ubicados en tres tramos y dos pasillos, y se
iba afinando hacia la pantalla instalada en la punta de la proa. En 1940 Antelo
dejó las paredes exteriores como estaban, y dentro de la esquina del recinto
realizó trece pequeñas casas en dos niveles, todos con entrada independientes
por Miguelete y Errazquín. Todavía están en uso, ahora en régimen de propiedad
horizontal.
Osvaldo
Saratsola
Función
completa por favor: un siglo de cine en Montevideo, Editorial
Trilce, Montevideo, 2005.
Bar
Micon´s Miguelete
2049 esquina Constitución
A small but beautiful cafe in thecorner of streets
Miguelete and Constitucion in the neighbourhood of "La Comercial".
The place was inaugurated in the 40's of last century and has a very fine
carpentry work besides the tradiotional marble top at the counter.
http://www.localyte.com/attraction/45147--Bar-Micons--Uruguay--Montevideo--Montevideo
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Un pajarraco en plena calle
Transcribimos el texto de la anécdota recogida
por Milton Schinca en su libro "Boulevard Sarandi”, Ediciones de la Banda
Oriental 1978
Una tarde de 1912, ahí nomás, en
Constituyente y Defensa, se abre la puerta de un barracón, y aparece de adentro
un sujeto armado con un serrucho.
Con energía se pone a serruchar la
madera del mismísimo portón de entrada, ensanchándolo. El vecindario sigue con
asombro la operación, a pesar de que ya está habituado a las
"chifladuras" del serruchador. Y al rato nomás, con la ayuda de
cuatro amigos, aquél extrae del fondo del corralón un estrafalario pajarraco
con dos alas extendidas, tan anchas que no hubieran podido trasponer la puerta
si no fuera por la serruchada.
El enorme y desgarbado bicharraco
queda depositado en la vereda, ante la mirada estupefacta de los cien testigos
que se habían agolpado esperando, sí, algo insólito por provenir de aquel
hombre extravagante; pero jamás la aparición de semejante estructura de alas
tendidas y una retorcida hélice en la nariz.
Quedaba develado el misterio de tantos
meses de oír el vecindario, golpeteos misteriosos y rugidos de motor
inexplicable.
El gestor de aquel artefacto iba y
venía, pulsando un alambre acá, golpeando una chapa allá, perfectamente ajeno a
los cuchicheos de los mirones. Imperturbable, extrajo un modesto inflador de
bicicleta –ni más ni menos–, y con él le dio aire a los dos neumáticos de moto
que, según después se supo, un amigo le había prestado. Verificó la tirantez de
los tensores que él mismo fabricó con el alambre más resistente que pudo
comprar en la ferretería de la esquina. Controló el aceite del motor Anzani, de
35 caballos de fuerza, y cuando comprobó que todo estaba en orden, echó mano a
un tarro y un pincel. Mientras aguardaba al carro de caballos que había
contratado para remolcar a su artefacto hasta la Barra de Santa Lucía,
Francisco Bonilla se puso a pintar en el fuselaje de su avioneta casera el
nombre con que la había bautizado pomposamente, "Uruguay 1".
Es que aquel pionero tenía clara
conciencia de que iba a consumar un acontecimiento que se inscribiría en la
historia técnica y deportiva de nuestro país (con tal de que las cosas le
salieran como había previsto).
Llega el carro esperado, amarran a él
al "Uruguay 1", y allá parte el cortejo, despedido por las
aclamaciones burlonas de todo el vecindario. Era un hermoso domingo de abril.
Después de quién sabe cuántas horas de trotar aquel carro, Bonilla llega con su
avioneta a los campos de Sanguinetti, en la Barra de Santa Lucía. Dos amigos lo
acompañan, dispuestos a auxiliarlo. Colocan en posición la avioneta, los dos
amigos le sujetan las alas, Bonilla –emocionado y anhelante– da hélice, y el
motor, contrariando todos los escepticismos, se puso a rugir. El pionero,
apurado, se calzó el gorro, se colocó ante sus ojos un par de antiparras y se
envolvió el cuello con una bufanda blanca. Así era el equipo de aeronavegar.
Ocupó su sitio, tuvo tiempo de esbozar un saludo a sus amigos, apretó el
acelerador y ¡oh milagro! El monoplano casero se puso en marcha, ante el
asombro de los dos testigos que jamás habían creído en la viabilidad de
semejante intento. Corre el avioncito unos trescientos metros, y cuándo ya
parece que va a cumplir su destino de pájaro, se inclina peligrosamente hacia
un costado, la hélice tropieza contra un peñasco y sé hace añicos, y "el
Uruguay 1" se clava de punta contra el suelo. El aparatito, fruto de
tantos meses de desvelos, quedó destrozado en un segundo. Cualquiera sé hubiera
desanimado ante el traspié Bonilla, en cambio, callado la boca, se volvió a su
barracón de Constituyente y Defensa, y después de reparar el portal serruchado,
se encerró otros seis meses, dispuesto a fabricar el Uruguay II. Pero el
pionero estaba perplejo, no sabía a qué atribuir el desperfecto que lo había
hecho fracasar. De nada valía empezar de nuevo, si antes no descifraba el
enigma técnico. Y aquí 'la suerte vino a ayudarlo por esos mismos días' llegó a
Montevideo otro enamorado de la aviación, pionero como él; un francés, Edouard
Monnard, que traía consigo un tesoro inestimable para Bonilla: los dos últimos
números de una revista especializada francesa.
Y allí nuestro aviador encontró la
clave que le faltaba. Aprendió a subsanar su error, y se puso manos a la obra
sin demora. Recién para la Navidad de 1912 estuvo concluido el Uruguay II.
Pero, en lugar de probarlo enseguida,
Bonilla prefirió desafiar a la superstición, tentar al diablo: esperó,
expresamente, a que llegara el 13 de enero de 1913 (día de su cumpleaños, por
lo demás).
Y fijó la hora de su segunda
tentativa: las 13. La cábala le dio resultado: esta vez su nueva avioneta
levantó vuelo muy oronda, entre el agitar de sombreros y pañuelos alborozados
de sus acompañantes que no podían creer lo que estaban presenciando.
Bonilla ganó altura, se divirtió un
rato surcando los aires, y luego se posó en tierra con toda limpieza. Tal cual
lo vislumbrara Bonilla, tal hazaña sería histórica, como que marca uno de los
jalones fundacionales de nuestra aviación.
A partir de ese momento, el reno libre
de Bonilla traspasa fronteras.
El notable aviador argentino Jorge
Newbery lo lleva con él a Buenos Aires, a fin de que reciba instrucción especializada
en la Escuela de Aeronáutica que acaba de fundarse. En 1914 obtiene Bonilla su
brevet de piloto internacional, y el Gobierno argentino le otorga el título de
"precursor de la Aviación Argentina". Pronto Bonilla regresa a
Montevideo y aquí, como quien no quiere la cosa, se fabrica su aeródromo propio
en plena calle: Miguelete y Constitución.
Desde allí, y en medio del alboroto
imaginable del mismo vecindario que antes se burlaba de él, despegaba todos los
domingos en dirección a Carrasco o al Cerro. Alguna vez, llegó a aterrizar con
toda elegancia en la propia quinta del Presidente don José Batlle y Ordóñez en
Piedras Blancas.
El loco, el extravagante de otros
días, se había convertido poco menos que en prócer de su barrio, donde ahora
todos se peleaban por ayudarlo a remolcar su avión, o por tapar de apuro los
baches que siempre reaparecían en la calle de tierra que le servía de ruta. La
audacia de Bonilla lo lanzó pronto a experimentar arriesgados vuelos nocturnos.
Eligió como puntos de referencia el faro de Punta Carreta, el alumbrado de la
calle Yaguarón, las luces dé la cárcel de Miguelete; y, cuando regresaba a su
base callejera lo guiaban unos tachos de petróleo ardiendo, que los mismos
vecinos le encendían a lo largo de la pista. Al final, nuestro Bonilla terminó
convertido en el número obligado de cuanto desfile patrio o fiesta tradicional
se realizase en Montevideo, ocasiones que él sobresaltaba con sus
demostraciones acrobáticas a bordo de los aparatos fabricados siempre de su
mano (y ya andaba por el Uruguay IV). No demoró en
trasponer las fronteras montevideanas. Pronto, apareció evolucionando por los
aires de Salto, de Paysandú, de Florida, de Durazno. Su fama lo llevó a cruzar
el río Uruguay y hacer demostraciones en Concordia, hasta que terminó
incursionando en el sur del Brasil.
Aquí protagonizó un episodio
admirable, que pinta de cuerpo entero su idiosincrasia. Un periodista de Porto
Alegre cometió el atrevimiento de poner en duda que Bonilla fabricara él mismo
sus aviones. Ante tamaña afirmación, para Bonilla injuriosa, el uruguayo no
dudó ni un instante, roció con nafta a su Uruguay IV a la vista del público, y
sin pestañear le prendió fuego. Inmediatamente solicitó tela y madera
brasileñas, y en una sola semana, también a la vista de quien quiso verlo,
construyó su Uruguay V, y con él remontó vuelo ante el clamoreo de los mismos
que poco antes lo habían calumniado. Su fama ya es inmensa, acá y en Argentina.
Enrique Delfino compone un tango en su
homenaje, "Bonilla aviador".
En 1914 se ha convertido en
"ídolo de ambas orillas", como reza el lugar común. Es cierto que
también tuvo que sortear trances amargos.
Un mal día casi se mata, en plena
fiesta patria argentina, un 25 de mayo.
El motor se le
ahogó, pero Bonilla puso a planear su aparato y fue descendiendo pausadamente;
mas cuando ya casi tocaba el suelo, una sorpresiva racha lo precipitó a tierra.
Fractura de pierna, de esternón, de cuatro costillas, de brazo derecho. Se
recuperó apenas, pero ese fue el final de su carrera. Nunca más voló. Por una
sola vez se tentó, es cierto, y pensó en volver a las andadas en oportunidad de
que se fundara en Montevideo la Escuela Militar de Aviación. Bonilla sintió el
llamado del deber y fue a ofrecer sus servicios al Ministerio de Defensa. El
Ministro le agradeció su colaboración en nombre del país, y le ofreció un
puesto de Auxiliar 3º. Bonilla, que además de pionero era bien educado,
contestó buenas tardes y se volvió a su casa de donde no salió más. Las sombras
del anonimato, lo envolvieron pronto, su fama quedó olvidada por un tiempo,
como tantos otros héroes de este mundo.
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